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viernes, 15 de mayo de 2015

Ciencia recreativa

Se entiende por Ciencia recreativa a aquella que utiliza las ramas del conocimiento científico para obtener el entretenimiento al mismo tiempo que el conocimiento.

Fue en el siglo XIX la primera vez que la ciencia llegó a ser una materia de interés y estudio para los legos, aquellos que eran lo suficientemente ricos para coleccionar artículos de historia natural juntos con instrumentos y aparatos científicos. Colecciones similares se produjeron por sociedades e instituciones extendiéndose gradualmente el interés a los hogares, sobre todo, en el oeste de Europa y en los Estados Unidos, donde empezaron a ser comunes artículos recreativos como el microscopio, la bomba de aire o el telescopio. Estas colecciones sirvieron para promocionar la educación y el entretenimiento, de hecho, el rey Jorge III tenía una gran colección de aparatos científicos originales que habían inventado científicos tan relevantes como Stephen Demainbray (1710-1782) o Abbé Nollet (1700-1770) y que tuvieron mucha popularidad gracias a las espectaculares demostraciones y conferencias que daban por toda la geografía británica.

La educación y el entretenimiento estaban tan unidos que no era sorprendente que muchas piezas, para la demostración de los aparatos, se usaran como antecesores de los juguetes que se hicieron para las familias del periodo victoriano. La peonza (yo-yo de los niños) es casi tan antiguo como el juego en sí y su explicación permite aprender sobre la ciencia como ocurría con todos los juguetes. Así, cualquier niño se fascinaba al ver el giroscopio, por ejemplo, e intentaba hacerlo girar.

El hecho de que la ciencia del pasado hiciera una recreación en el presente no le restaba conocimiento científico, al contrario, éste se absorbía mucho más, consciente o inconscientemente, a través del juego, como sigue ocurriendo en nuestros días.

Debido al creciente interés popular de la ciencia en el siglo XIX, se empezaron a escribir muchos libros de ciencia recreativa de la manos de escritores holandeses, ingleses y franceses. Éstos incluían trucos con monedas, dados y cartas, puzles matemáticos y experimentos en óptica, hidrostática y mecánica, de los que siguen bebiendo los libros actuales.

El siglo XIX tuvo un apetito insaciable por entretener a todas las edades, por lo que proliferaron las demostraciones científicas, que aportaban el aprendizaje y la diversión, así como los libros recreativos, imitadores de los escritos por el pionero Hutton. Se pueden citar “Phylosophy in Sport made Science in Earnest” de John Ayrton (Paris, 1827) o “The Fairland Tales of Science” de J. Gordon M’Pherson en 1889.

Esta binomio de conocimiento y diversión creó el camino para concienciar a los de más temprana edad a utilizar los juguetes científicos que se podían incluir en diferentes categorías como la mecánica, la hidrostática, la óptica, la electricidad, el magnetismo o la neumática.

Algunos de los académicos que viajaban para promocionar la ciencia, estaban especializados en astronomía y usaban modelos para el sistema solar, utilizando maniobras que hacían rotar los planetas, representados por balones.

Respecto a la Química, estaba separada de los juguetes relacionados con la Física, ya que los experimentos químicos los proporcionaban los especialistas por la peligrosidad de los materiales utilizados, aunque en 1840, cambió la tendencia al crearse equipos de química para niños con cambios en los ingredientes.

Por aquel entonces, también aumentó la popularidad de las especies de historia natural, minerales, fósiles, semillas o conchas, difundiéndose de los adultos a los más jóvenes, creándose pequeños equipos que contenían conchas de mar y otros materiales que permitían el aprendizaje y el deleite de los niños.

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